miércoles, 11 de junio de 2014

Crónicas de Azul - 1ra Parte


Habían pasado muchos días y Edmundo ya no hacía sus largas caminatas por el parque
Irene recordaba aquel frío que sentía en el pecho cuando lo veía y más aún cuando escuchaba la unión de su voz con la de aquellos niños que se acercaban a jugar con él.

Ella miraba como se llenaba de vida aquel parque, cada vez que las  familias disfrutaban del sol que pocas veces aparecía en aquella ciudad; pero la tez opaca y los inmensos ojos cansados de Edmundo habían ya ocupado un lugar en sus pensamientos, así como sus frías respuestas cargadas de un gran misterio que solamente ella creía ser capaz de resolver.

Como aquella vez que se acercó para pedirle una rosa diciéndole en complicidad – Es para mi madre-

Habían días en que él permitía que lo vea y hasta se acercaba y le regalaba una sonrisa acompañada de un ligero saludo, intentando esquivar la profunda mirada que decía -Me gustaría conocerla-


Cuando las horas iban pasando, uno a uno los niños regresaban al regazo de sus madres, los enamorados desaparecían entre las calles y los ancianos a paso ligero regresaban a sus casas. Entonces el color del parque se tornaba azul hasta esperar la noche.

En esas tardes Edmundo volvía a su silencio y melancolía. Era como si el fuego de su alegría, juegos y canciones se hubiese ido junto al día.

Irene lo miraba desde lejos mientras terminaba de contar las flores que se quedaron sin dueño. Tantas fueron aquellas veces que hubieron algunas en las que él se acercó a ella para ofrecerle su ayuda. En esos pequeños instantes Irene anhelaba en su corazón que el tiempo se detenga, quería que sus sentidos atravezaran el alma de Edmundo y así conocer aquello que se esforzaba por ocultar.

Él hablaba de lugares, tiempos y personas; sin embargo ella solo prestaba atención a la belleza de sus ojos cansados y a su alma sedienta de compañía ... Continuará

Yanís Suárez Díaz
Promotora de lectura

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